11 de febrero de 2015

En malla desde hace 11 días (creo que me vestí, como mucho, cuatro veces), cuando necesito descansar, estudio el lugar en que estoy. Los lugares nunca están quietos (escribí un poema con eso): estudio los dos cedros azules, uno perfecto y alto y elegante, el otro mellizo y torcido porque creció demasiado cerca de un árbol que ya no está, un árbol dibujado en su costado; estudio el roble de la seda que el tornado de hace más de diez años taló hasta la mitad pero ahí sigue; estudio el árbol que plantó mi hijo de semilla hace años y que desde hace dos años florece en amarillo; estudio el aromo violeta que me regaló mi hermano y que floreció hasta hacerse chato y ancho y grande; estudio las hojas del alcanforero, verdes y leves a esta altura del año. Imposible, imposible aburrirse. Nunca voy a conocerlo todo. De vez en cuando, vienen visitas: las garzas moras, el pájaro carpintero, las golondrinas. Los loros, las calandrias, los benteveos y los horneros viven conmigo. Los conozco, creo.

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