12 de julio de 2015

Seguimos con el fin de semana: anoche, en el Matienzo, espiamos un rato una instalación de mi hija T con música de mi otra hija S. Primero: me sentí fuera de mi liga. Ese sí que es un lugar de chicos, de jóvenes. Odi y yo... no creo que perteneciéramos pero era lindo sentirse raro... Segundo: fue extraño, supongo que tiene que ver con el hecho de que soy medio refractaria al arte muy moderno, muy conceptual, muy... no sé, contemporáneo. Pero me voy dando cuenta (y ayer fue así) de que lo que no tengo es paciencia. Soy una persona narrativa: necesito que me cuenten una historia..., las ideas no me bastan, las ideas, en sí mismas, me aburren enseguida y sé que no les doy tiempo. Así que gracias a T y a S pero enseñarme eso: vi la instalación y entendí, digamos, la mitad. Digamos que entendí las fotos proyectadas sobre las paredes, las mismas fotos a destiempo de un lado y otro, como dos espejos enfrentados que atrasan. Había humo pero lo que yo vi del humo esa primera vez fue que dibujaba algo sobre las fotos, solamente eso. Después, volvimos a entrar para oír tocar a S y un compañero una improvisación con dos guitarras eléctricas. Y entonces, miré más y descubrí para qué estaba el humo y todo se volvió infinitamente más interesante y complejo: porque también estaban los dos rayos de los proyectores, que el humo hacía visibles y que se cruzaban. Y si uno miraba una pared, veía el rayo del proyector inverso así que los colores que el humo hacía bellos y visibles y expresivos (y que la música parecía tocar y cambiar, tal vez dirigir) no se correspondían con la foto que veía. Me quedé mucho tiempo mirando eso cuando lo descubrí. No pretendo decir que lo entiendo. Pero vi historias ahí dentro. Gracias, chicas...

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