28 de noviembre de 2015

Entre las muchas Políticas de Estado, que fueron un orgullo durante estos doce años, la del Plan Nacional de Lectura fue un verdadero lujo. Los millones de libros que se repartieron a todas las escuelas públicas del país; las visitas de escritores emblemáticos de la LIJ; los encuentros e intercambios entre docentes, bibliotecarios y todos aquellos que nos reconocemos en en esta maravillosa tarea de ser un puente entre la literatura y nuestros pibes.
Creo que tocan tiempos difíciles y es cuando más presente tengo lo expresado por Michèle Petit "... A través de la lectura, aunque sea esporádica, los sujetos se encuentran mejor equipados para resistir la cantidad de procesos de marginación (...). La lectura los ayuda a construirse, a imaginar otros mundos posibles, a soñar, a encontrar un sentido..."
Literatura y resistencia. Pavada de binomio...
A continuación, comparto lo escrito por Márgara Averbach, una escritora maravillosa


“Para mí, el Plan Nacional de Lectura fue una sorpresa. No sabía lo que significaba hasta
que no viajé con él. Y viajé mucho: a Neuquén, a Santa Fe, a Rosario, a Misiones, a La
Pampa. Cada viaje me dio lo que casi nunca tenemos los escritores (tan lejos de los actores en ese sentido): contacto con quienes nos leen. Me dio voces infantiles: preguntas (¿cómo inventás los nombres?), quejas (¿por qué lo terminaste así?), abrazos, regalos (poemas y dibujos y maquetas y miradas). Me dio palabras. Pero sobre todo, está el otro lado del encuentro: porque a mí, cuando era chica y me refugiaba del mundo en los libros, me hubiera llenado de una Alegría inmensa (sí, con mayúscula, como yo escribía esa palabra entonces) charlar con la persona que había imaginado el libro que me protegía del miedo.
Una vez, hace dos o tres años, en uno de los viajes, me dejaron con un chico en una
biblioteca mientras esperábamos que empezara la reunión con séptimo. Charlamos. Sus
ideas, sus gestos me deslumbraron. Después, cuando volvió la seño, me contó que el chico había tenido muchos problemas, que casi lo habían expulsado, que lo había salvado la biblioteca y la bibliotecaria, claro y que ahora, estaba empezando a salir del paso. "Le cambiaste la vida", me dijo ella. Pero no es cierto. Lo que tal vez (ojalá) le cambió la vida fue ver un camino en los libros, refugiarse en ellos, como hacemos tantos. Eso es el Plan de Lectura. Esa puerta entreabierta. Nadie debería cerrarla”.

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