27 de febrero de 2016

Ayer, vi por cable una película sobre un deporte que me parece lo más feo que existe desde lo estético, un deporte que nunca miro en las Olimpíadas (cuando miro muchísimo de lo que sí siento estético): la lucha. Empecé porque no veía nada más para mirar. No tenía idea de la historia real que cuenta (por supuesto que no será exactamente así, no importa). Era una película sin música, lerda, no muy yanqui en ritmo, pero exacta y maravillosamente trabajada por Mark Ruffalo (que a mí me deshace, siempre), Steve Carrell, que es un actorazo y un chico joven de esos que me resultan conocidos de cara y no de nombre, C. Tatum. Me pareció que la opresión creciente, el espanto que va subiendo de tono hasta que casi al final, pasa lo que tenía que pasar... era perfecta para la historia. Porque es una historia sobre poder y dinero de un lado; y del otro, talento, inocencia absoluta, falta de armas materiales e intelectuales con que defenderse. Y así y todo, el de abajo sabe. En algún diálogo, el chico, el deportista que se está convirtiendo en mascota, metafóricamente en caballo campeón, le dice al poderoso: "A mí hermano no se lo puede comprar". O sea, sabe que a él lo compraron. Creo que, en el fondo y sin ese shock de adrenalina que yo considero horrendo, y que me hace rechazar de plano el horror, Foxcatcher es una película de terror. Terror político. En los títulos del principio, se adelanta. Hay tomas de cacerías de zorros a la inglesa, todo muy fino, sonrisas y perros y caballos. Y la última de esas escenas es el momento en que sueltan al zorro y el animal sale a toda velocidad hacia lo que cree la libertad. No la disfruté pero me pareció muy buena.

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