26 de enero de 2017

La amabilidad. Fue grande, muchas veces. Nos decían cómo ir, nos indicaban bien, nos hablaban de la carne argentina con admiración. No todos, por supuesto. Algunos no. Pero muchos sí. Por ejemplo: cerca de la Piazza del Popolo, compramos algo en un negocio y yo pregunté por una juguetería (entre paréntesis: cada vez que fui a Europa, esta es la tercera, la anterior hace 30 años, nada en el medio, me compré en jugueterías un caballo de plástico bien realista de una colección alemana que acá, cuando traen, sale no sé, una locura para lo que es; me encantan, son una belleza y allá no salen casi nada; quería hacer lo mismo). La señora que nos cobró dijo, en italiano, claro, que Odino entiende mucho más que yo, "Allá, a dos cuadras, hay un Disney store" "No", dijimos los dos. Entonces nos explicó todo un camino de unas seis, siete cuadras a través del Tíber con una claridad increíble porque cuando llegamos adonde ella decía, ahí estaba la juguetería. Y apenas pasada la puerta, estaba mi caballo (esta vez un pinto), esperándome. El dueño de la juguetería habló un largo rato con nosotros sobre castellano e italiano, sobre la cercanía de los dos idiomas y se interesó por el cocoliche. Y así..., muchas veces. Sin razón, sin por qué, solamente porque se puede charlar entre idiomas y culturas diferentes.

No hay comentarios: