30 de enero de 2017

Lo más raro de la catedral es que no está en una plaza ni frente a un parque ni un espacio abierto ni nada. Está en el medio de una cuadra, con edificios antiguos a los costados, casi como si se estuviera escondiendo. Pero adentro es realmente hermosa: el techo y sobre todo los pisos (me fascinaron los pisos dibujados que se pueden hacer con pedazos de mármol). En esa misma calle (calle del Duomo, creo que se llama), caminamos en las veredas (porque ahí sí hay veredas y eso no es tan fácil de encontrar en esas ciudades), bajo la lluvia (fue donde más nos llovió) y comimos el helado espectacular de pistacchio y yo me comí un panqueque con esa salsa verde y buscamos pizzerías y entramos y salimos de negocios una tarde cuando ya era tan de noche (oscurece a las 5) que no se podía ver mucho más. Las chicas nos contaron (ellas fueron por su lado a otro museo, uno contemporáneo) que comieron canoli ahí y eran espectaculares... Me acuerdo del frío y de ese lugar en el que la vereda apenas se ensanchaba un poco y sí, esa era la catedral, agachada entre los otros edificios como jugando a las escondidas.






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