29 de enero de 2017

Napoles. Comer ahí fue una experiencia. Y era raro. En la calle donde está lleno de pizzerías había cola en una El Presidente, al mediodía; de noche había cola en El hijo del Presidente (que, según nos dijeron, no tenía nada que ver con la anterior) y había una tercera con la palabra Presidente en el nombre..., en la principal, a la que creo, no fuimos. Eran todos lugares enrevesados, en edificios muy antiguos, en los que se entraba por un salón inicial de una mesa o ninguna, donde estaba el horno y se vendía para llevar, y las otras mesas estaban atrás, en el fondo, pasando escaleras que bajaban al sótano o algo así... Parecía un lugarcito chico y no lo era. Y aprendimos que no se puede comer a cualquier hora como acá. A las 2, cerraba todo. Así que tuvimos que ajustar horarios, cosa que nos costó bastante.
Las heladerías eran... fabulosas. Había una que se llama Gelateria de Antonio Cafiero, nada menos, sobre la central. Las chicas comieron ese inolvidable helado de pistacchio que era..., no sé, rarísimo y muy, muy rico, y yo me pedí un panqueque de pistacchio, que me gustó pero era demasiado dulce hasta para mí.

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