26 de enero de 2017

Sigamos con Roma (fotos por ahora no, necesito que Odi me las pase de la cámara). Estuvimos un día de ida y uno de vuelta. Hagamos un comentario general para quienes aman la ciudad (no son todos y lo entiendo, pero aclaro: esta es una crónica a favor...; no la haría para todas las ciudades europeas, por cierto, pero Roma...). Las dos veces, caminamos muchísimo. Roma se camina. Y se va cambiando de un monumento a otro, de un barrio a otro, de un clima a otro, de un concierto de ruidos a otro. El primer día que caminamos era 1 de enero y muchas cosas estaban cerradas pero el Foro y el Coliseo (las chicas los veían por primera vez) eran gratis. Caminar por esas calles antiguas es extraño, hay algo con el tiempo. Yo no amo al Imperio Romano, para nada, pero lo que se ve está ahí desde hace mucho tiempo y es como caminar fuera del siglo XXI o casi... y esa sensación me cambia por dentro, creo. Siento lo mismo en cualquier lugar como Macchu Picchu o Uxmal en América. Al Foto no había vuelto en 30 años... Sigue ahí. Después fuimos a mi lugar preferido, el Campidoglio y la magia seguía ahí, como una especie de domo de cristal sobre esa plaza despareja que parece pareja porque Miguel Ängel lo hizo. Y desde ahí cruzamos al Trastevere y comimos pizza frente al río verde y opaco. La ciudad nos recibió y nos sostuvo y nos mostró sus pequeños milagros en todas partes: recuerdo una, una nena que iba en una moto con su padre, uan de esas motos típicas de Roma e Italia, y me saludó con la mano cuando la saludé, un gesto entre generaciones, entre idiomas, entre continentes.
El último día en Europa, caminé con Odino por un lugar que nunca había visitado: La Piazza del Popolo. Qué lugar, sí... Un círculo seco de piedra con un arco de un lado, una colina con balcones del otro y del otro tres diagonales que salen, anchas hacia distintos rincones y dos enormes iglesias. La perspectiva, cuando se viene de callejas muy chiquitas y torcidas, es impresionante. Y desde los balcones, más. Da la sensación de ponerse a bailar o a correr, de abrir los brazos... Y al lado, una feria de ropa muy, muy barata vendida por inmigrantes que sin duda, venían de África. Nos entendimos con los dedos, 2, 3, toda una conversación... Y más allá, un barrio que parece Palermo Chico, edificios bellos, columnas, arcos, jardines internos, ventanas y almenas. Pequeñas plazas con palmeras. El río, verde y una casa flotante con jardín y todo (jardín en macetas) en el medio. Puentes antiguos.
Fue una hermosa despedida y habíamos ido por casualidad, para buscar algo que queríamos. Roma siempre tiene algo más que mostrar.

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