3 de febrero de 2017

Desde Sorrento, hicimos dos cosas. Capri, que yo ya había hecho hacía miles de años, con mis viejos. Y la costa amalfitana, que ninguno de nosotros conocía.
Empecemos por Capri.
Lo que yo más recordaba era la Gruta Azul, que vi por pura suerte entonces y a la que no pudimos ir ahora. Me dicen que si uno va en invierno no se puede. Pero aquella vez, yo bajé del barco con mis viejos, averigué en las casas de excursiones y me dijeron que no. Y entonces, no sé de dónde, como en los cuentos, apareció un hombre que nos ofreció llevarnos en bote. Dijimos que sí. Creo que yo me asusté un poco: el mar me asusta enormemente, odio las olas y no sé si me termina de gustar cuando el bote es muy chico y todo muy casero. Además, me acuerdo de tener miedo de que el hombre nos cobrara demasiado. Pero no. Nos llevó y fue fabuloso. Cuando nos íbamos acercando, señalaba el agua increíblemente transparente, azul hasta el delirio y decía:
--¡Guarda, signora! Y yo metía los pies cerca de mí porque para mí eso quería decir "Cuidado, señora". Pero era "Mire, señora", claro y el hombre estaba tan orgulloso de su paisito, de su lugar, quería mostrarlo. Eso mismo me pasó con los guías amerindios de México en las ruinas de Oaxaca, Uxmal, Chichen Itza, Monte Alba... Y era un orgullo que yo solamente sentí después, cuando empece a viajar y hablaba de mi país con emoción...
Ahora no pudimos.
Llegamos al puerto de Sorrento y el frío era imposible, nevaba, creo. Una nevisca fina, y jugamos con los gatos callejeros de ahí mientras jugábamos a algo que no recuerdo (no soy buena en los juegos, pero este, con las chicas, sin competir, me divirtió, adivinar una identidad, creo; para mi sorpresa quedé anteúltima, no última..., raro). Después el viaje que no fue tan malo (comparado con la vuelta, que dejo para el final). No apareció ningún pescador orgulloso para llevarnos en el puerto así que tomamos en funicular y subimos al pueblo.
Capri era hermosísimo y estaba completa, totalmente vacío..., como corresponde al invierno. Me encantaron las calles color marrón claro, los pasajes, el mar tan pero tan bello, tan incandescente... El jardín de Augusto... fue algo increíble. No lo recordaba: las piedras en el agua transparentisima, las gaviotas sobre los acantilados abismales, los pueblos en lugares imposibles, Ah, qué belleza. Me consoló un poco de la falta de la gruta que quería que mis hijas y Odi vieran también.
No terminó ahí la cosa, claro. Tomamos el colectivito diminuto desde Capri a AnnaCapri y el viaje era una delicia de vistas sobre el mar, Sorrento, el puerto, allá, cada vez más abajo. Y el pueblito, todavía más desierto que Carpi abajo..., casi un pueblo fantasma, muy pero muy blanco, con plantas tropicales (cactus, palmeras), y un frío terrible... Comimos muy bien en el único restorán que encontramos abierto y entonces..., a las chicas se les ocurrió bajar todo lo que habíamos subido en el colectivo a pie. Fue agotador, mucho para Odi y para mí pero por lo menos era para abajo y al final, cuando se llega a las escaleras... y al pueblo y seguimos hasta el puerto, me dio miedo que no llegáramos al barco a tiempo. Llegamos, claro. Yo, jadeando.
Y entonces, el barco. Casi me muero. Apenas salimos del puerto, las olas se hicieron enormes y el barco subió y bajó como si se montara un potro salvaje y yo sentí que me moría en las manos de mi peor pesadilla, el mar. Y tuve que mudarme en medio de eso atrás porque es mejor (dijo Odi) y cuando llegamos estaba aterrorizada. Pero había sido un buen día.
Las fotos, siguiente correo.










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