14 de febrero de 2017

Mucho que decir de Trapani. Una: es evidente que aunque no me encantan las multitudes, menos me gustan los desiertos. En eso, no todos sienten. lo mismo, yo lo sé. En lugar de quedarnos en el centro de Trapani, como yo no encontré en Internet un lugar con parking para el auto (ahora había que pensar en eso también), nos metimos en un air b and b, una casa entera, en un pueblito cercano, una playa que se llama Paceco (Pacheco). La odié. Esas playas no existen en tiempos de invierno. No hay nada. Es como una ciudad con una bomba neutrónica y eso a mi no me gusta nada. Cuando vamos a la costa (no mucho, por suerte: la costa argentina no es lo mío, el mar es frío, violento y con olas y yo el único mar que tolero es tibio, quietísimo, cuanto más mejor y sin viento), yo necesito un lugar donde haya ciudad además de mar. La playa desierta me asusta, me aterroriza. Y es así en general, excepto en el bosque. El bosque está siempre lleno, como dicen los autores amerindios que me gustan: ahí sí me siento acompañada. La cuestión es que Paceco era... terrible. Por suerte solamente íbamos a dormir. Y además, ahí empezó el karma con el asunto de que Sicilia no está preparada para un invierno de menos de 15 grados y la casa era linda pero HELADA. Nos pasó ahí y en la casa siguiente... ufff, el lado feo de las vacaciones.
Como sea: A Trapani fuimos de visita. Tiene una calle peatonal que recorrimos tiritando y es muy bella, una librería hermosa con cartel de mosaicos (foto) una hermosa rambla cerca del puerto, ropa colgada en el viento y al anochecer, panaderías con olor delicioso y una luna fabulosa, cerca del agua. Y en algún momento, bandadas y bandadas de pájaros que cruzaron la ruta para nosotros... Desde ahí hicimos base para ir a Segesta y Erice pero eso será mañana.








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