6 de febrero de 2017

No entiendo mucho al Facebook, se supone que yo había escrito algo largo antes de lo de Positano, digo, antes de las fotos. Y no me lo publicó. En fin..., los humores de las computadoras...
Como sea: lo otro que hicimos desde Sorrento fue la Costa Amalfitana, que ninguno de nosotros conocía. Fuimos a Positano y Amalfi, y al principio el día era bello y congelado, muy congelado, y después, en Amalfi, nevó, nevó donde no se supone que nieve.
Fuimos en esos colectivitos que salen de la estación de Sorrento y nos subimos parados..., lo cual me agotó pero sirvió para las fotos. El mar se veía de muy, muy arriba, en un camino de montaña y era de una belleza para mí terrible (porque para mí, el mar es siempre un enemigo, en el fondo un lugar espantoso de una hermosura que quita el aliento, ahí, transparente y perfectamente azul, tranquilo al principio).
Positano:
Fue el primer pueblito de esos amontonados, una casa encima de otra, esos pueblos imposibles que íbamos a ver en Sicilia más adelante. Una vista tras otra, una imagen surrealista tras otra. Color y flores (a pesar del frío) y mar y curvas y laderas tras laderas de montañas que bajamos desde la primera parada del colectivo hasta la playa, allá, muy, muy abajo.
Nos separamos, claro: las chicas se perdieron a la distancia y después se me adelantó Odi y después venía yo y llegué mucho después que ellos aunque nos encontramos en el Duomo, cuya cúpula me pareció bellísima, tan alegre y verde y simple al mismo tiempo.
Saqué foto tras foto y bajé despacio por esa calle donde, en este momento del año, no hay nadie. Nadie excepto ese aire que lo sostiene todo y que, para mi desgracia, era el tipo de aire que no me gusta: un sol mentiroso, un sol congelado que lastimaba en la cara.
Me gustó ver el pueblo desde abajo, en la playa, como un mazo de cartas en un sueño de Alicia. Y me gustó ver a mis dos hijas que se llevaban sonido (la menor); imágenes (la mayor). Escribí un poema cuando conseguimos tomar el colectivo de nuevo hacia Amalfi sobre eso: sobre cómo las cosas que nos llevamos de los lugares a los que vamos hablan de nosotros, siempre.
Después de bajar al mar y verlo y descansar, subimos un poco (no queríamos pero...) y tomamos el colectivo en la segunda parada, ya camino a Amalfi. Y fue tanto lo que esperamos, era tanto el frío, que terminamos de conversación con un matrimonio coreano que conocía la capital de Argentina y sabía de la inmigración coreana a nuestro país.







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