13 de febrero de 2017

Sandokán y yo, aprovechando que había parado esta porquería, jugamos un ratito chiquito a la pelota afuera, en medio del pasto mojado y el barro. Yo le tiro la pelota cuando él me deja porque la busca pero después, lo único que quiere es que yo trate de sacársela así que lo hago correr y trato de hacer gestos como si pudiera (imposible) llegar a alcanzarlo y él corre y se divierte hasta que en algún momento, afloja y me la da o me deja agarrarlo y sacársela de la boca. Pero está vez..., ah, esta vez estaba tan emocionado (después de dos días de estar medio quieto, encerrado y de mi mal humor), que se cayó a la pileta. El agua está altísima, con tanta lluvia así que se cayó un poco, un costado digamos y subió de nuevo enseguida pero quedó tan asombrado, tan estremecido que dejó la pelota en el suelo y vino a que yo lo consolara. Como un chico. Yo me acordé de esa vez que me caí en la otra pileta, la de la quinta de mis viejos, la primera. Era invierno y el agua estaba verde, verde. Jugábamos con una lanchita a control remoto que nos había regalado alguien. Mi hermano y yo. Y cuando conseguíamos agarrar la lancha, las piernas colgadas sobre el agua, gritábamos "¡Puerto Joaquín!" y "¡Puerto Márgara!". Solamente que esa vez grité y me caí y el impacto del agua en la ropa abrigada, del frío, fue horrendo. Y quedó para la historia que "Hacer puerto Márgara" era caerse. Eso hizo Sandokán . Creo que ya se olvidó..., espero. Está mimoso.

No hay comentarios: