10 de febrero de 2017

Segunda del Mercado da Capo (o como se llame, Capo sin duda, el italiano no es lo mío aunque me parezca un idioma hermoso). En algún momento, me cansé de los puestos y entonces, vimos la iglesia. Cobraban poco, dos euros, creo, y yo dije que sí sin demasiada ilusión. Era un mundo increíble adentro. Barroca, rococó diría, de una delicadeza recargada inverosímil. Todo era mármol de miles de colores. Pïnturas en pedacitos de mármol, simil cortinas con mármol y yeso, supongo, cortinas de esas que son duras pero parecen leves y flexibles y blandas, como las de las ventanas de uno en la casa, adornos, aperturas, recovecos... Para mí espíritu, que es todo lo contrario del minimalismo (no soy minimalista para nada, lo que más me gusta es el barroco), una maravilla. No viviría en un lugar así, la verdad es que era demasiado, pero parte por parte, rincón por rincón, era una belleza...


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