11 de febrero de 2017

Sigamos con Palermo un poquito más, lo vale. Esta fue la visita al Palacio Normando, una cantidad chiquita de fotos, claro. el patio, adonde da la Capella Palatina también, y algunas de las pinturas en los salones. No me gustó tanto, muy europeo salvo las habitaciones de Ruggiero que, de nuevo, parecían apéndices de la Capella. Pero no dejaban sacar fotos... Después nos fuimos al teatro Massimo y vimos algo raro en la calle: un señor que vendía o repartía, no me quedó claro, perritos, cachorros. Y los había traído todos. Y no había quien no se parara a mirarlos y jugar con ellos. Yo no lo hice porque me dio miedo encariñarme. En el mercado también había un perro raro, con dos manchas muy negras en los ojos, lo vi varias veces y por supuesto, ya me lo habría llevado conmigo... Así me pasa. Volvió a pasarme con un gato en Taormina pero eso viene más tarde, cuando lleguemos ahí.


Mientras tanto, viajar en el Palermo, arriba o abajo del colectivo, es descubrir rincones, historias, vejeces inconcebibles para nosotros, a menos que nos vayamos a México o a Guatemala o a Perú... Las calles cuentan cosas. Aquí hay algunas. El caballo, una belleza, lo vimos después de que tomamos el colectivito gratis y viajamos por calles en las que, juro, ese colectivo no entraba por el ancho. Era un viaje mágico.























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