5 de febrero de 2017

Soy argentina pero no en los gustos. Salvo el puchero, que me encanta. Pero no me gusta para nada el asado (ni nada con gusto a humo y mucho menos quemado), no me vuelve loca la carne (prefiero el pollo, el cerdo, cualquier otra cosa, excepto si es en el puchero o en milanesa) el jamón que acá le ponen a todo lo salado es algo que yo no le pondría a nada, es más, si puedo lo esquivo; los sandwiches no me gustan mucho. No tomo vino, no termina de gustarme, nada alcohólico excepto la sidra y los licores bien dulces... ¿Cerveza? Para mí un remedio. Confieso que me gusta la Coca y nada, ninguna de las bebidas que tienen algo cítrico (el pomelo es directamente venenoso para mí). En lo dulce, le ponen dulce de leche a todo, y yo que amo lo dulce, no le pondría dulce de leche más que a dos cosas, la banana y el panqueque..., en lo demás no por favor. Así que cuando me voy lejos (como fue esta vez) me deleito bastante. Las chicas y mi amiga que vive en Francia me trajeron hasta Italia lo que me vuelve directamente loca: la crema de castañas (creme de marrons), tan común en Francia y tan poco, poco común y cara por acá. Me la estoy medio terminando. Es una de esas cosas que no puedo dejar de comer. Me pongo una cucharita en la boca y me digo..., esto es... la felicidad. Bueno, con este frío horrendo (quiero mi febrero por favor) este es el último frasquito que me traje... Lo veo bajar de a poco y ya lo estoy extrañando... Me queda algo de chocolate, claro. No me dura mucho lo dulce, la verdad sea dicha...

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