8 de marzo de 2017

Lo hicimos el segundo día en Taormina..., a mí me llevó siglos, claro, y fue agotador y fabuloso. No llegamos al fuerte, que estaba cerrado (invierno, invierno) pero vimos todo el pueblo desde arriba y el teatro griego (que va en el próximo relato, más tarde, después interrumpo para terminar la semana que viene) desde cada vez más arriba, un día hermoso y frío con el mar bello e Italia al frente. Vértigo enorme y maravilloso. Casi al llegar a la iglesia cavada en la roca, me encontré con un gato amarillo. Me había sentado en un banco y el gato vino a pedirme mimos. Lo acaricié un rato largo y cuando me levanté, me siguió hacia arriba, hasta que llegamos a un límite invisible y entonces se volvió. Me lo hubiera llegado a casa, creo..., aunque ya tengo dos gatos. Cuando bajamos, esta vez con las chicas (que se habían adelantado y llegado al fuerte), se los quise mostrar pero al principio no apareció. Cuando ya nos íbamos con Tam, vino y las dos le hicimos mimos y él nos siguió mucho tiempo hacia abajo hasta que me preocupé pero también ahí, mucho más lejos, había un límite y él se quedó parado en mitad de la escalera, mirándome... Me acordé de mi caballo del alma. Pan Duro, en Sta Fe, una vez que nos íbamos de La Ñusta (el campito de mi abuelo) y nos siguió junto a la huella del otro lado del alambrado. Yo creo que fue la última vez que lo vi. Tal vez no, pero es lo que creo. Me dolió la despedida del gato dorado.









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