31 de marzo de 2017

No creo en la división binaria de la vida que viene con esa frase: "Hay dos clases de personas en el mundo"..., pero voy a usarla porque la de anoche fue una noche inquieta... Así que: "Hay dos clases de personas en el mundo", las que no necesitan otra cosa que apoyar la cabeza en la almohada para dormirse y nosotros, los que tenemos que apelar a rutinas, historias, vueltas, televisión, un largo trabajo de hormiga para convencer al sueño. Una de las cosas que hago cuando me doy cuenta de que sigo muy despierta es recitarme escenas de películas que recuerdo de memoria, diálogo y todo, hasta que se me mezclan con otras imágenes y entonces sé que por fin, por fin, me estoy durmiendo. En general tengo tiempo de decirme algo como "Vamos bien"... Una de esas escenas, la que me salvó anoche, es la típica scene a faire (sé que no le estoy poniendo los acentos correspondientes, ni sé dónde están, nunca escribo en francés) de las comedietas románticas que tanto me gustan. Una escena que se promete desde el principio y que, a veces, conmueve y a veces, desilusiona (a mí me desilusionó mucho la de Orgullo y Prejuicio, esperaba más emoción): reencuentros, pedidos de perdón, un beso, un abrazo, confesiones, la comprensión. No es una gran película, no, Por siempre Cenicienta, pero es una de esas que me marcó y que vi mil veces. Tengo de esas. Amo el cine intelectual (no el MUY intelectual, ese no) pero me gusta este otro también... Me sé ese diálogo final entre el príncipe y ella, me lo sé en inglés, y me imagino hasta las tomas y el fondo. Gracias por esos momentos no del todo artísticos que nos convencen, falsamente claro, de que todo está bien en el mundo (Brecht los odiaría). Porque en mi caso, ara llamar al sueño, creo, hay que sentir que todo está bien en el mundo.

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