1 de abril de 2017

Ayer, Ghost in the Shell (y escuché una traducción muy pero muy zarpada y mal hecha como broma del título pero no importa, la buena sería algo así como "El espíritu en el caparazón"). Fuimos a Puerto Madero y yo sentía que era la noche perfecta: a mí me encanta ese calor hermoso de verano en la noche, ese aire cómodo, suelto, fácil de atravesar. La película me gustó mucho dentro de lo que es una historia con clichés, una típica historia de ciencia ficción pero mucho más femenina y menos machota que algunas (tanto en la literatura como en el cine, la ciencia ficción se divide en la que está escrita por hombres y mujeres, creo yo..., esta parece de mujeres en muchos sentidos, en otros no tanto). Me gustó por el arte, esa invención de ciudad bellísima y terrible, tan pero tan influenciada por Blade Runner (toda la película lo está), brillante, oscura, (pensé: si seguimos así cuando llegamos a ese nivel técnico, estamos perdidos). Me gustó por las actuaciones, todas, sobre todo la de Scarlet Johansson, que está perfecta para esta película que tiene el tono de un manga y nombres japoneses además de un personaje que habla todo el tiempo en japonés. Y me gustó porque habla de identidad..., lógico con la influencia de Philip K. Dick, totalmente fascinado por el problema de qué es ser humano en tiempos de robótica. Pero acá ese tema, tan relacionado con el individualismo (que la película defiende de más,para mí, en un discurso bastante yanqui al principio), se puede leer desde otro lado, sobre todo si es argentino. Acá el problema es arrancarle la identidad a otro, ponerle una falsa, convertirlo en algo que no es mediante el uso de una historia fraudulenta que se le inyecta en el cerebro. Robarse chicos, operarlos, usarlos para experimentos, convencerlos de que son otros. La verdad, cuando llega, es terrible. ¿No suena conocido? ¿No pasó acá y en España?

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