17 de abril de 2019

Hoy cumpliría años mi vieja. Creo que dejé de tenerla en 1999 aunque ella murió en 2013. El resto..., el resto no era ella, era su maldita enfermedad. Pero hoy, como cuando murió, la recuerdo antes. Y me dan ganas de llorar.
Por eso, este poema de 2001, cuando todo había empezado y yo ya sabía que no iba a encontrarla en ese cuerpo. Un poema triste.

Nombre

Hoy,
después de meses
detrás de las piedras opacas
de sus ojos,
mamá dijo mi nombre.
Me llamó.
Siete letras,
eme, a, ere, ge, a, ere, a.
Una palabra
y de pronto,
yo estaba a caballo, a los tres años,
y ella era pura sonrisa, asustada
y me miraba.

No creo en milagros.
En un dios que
divide cerebros,
que acepta
la mano sucia de las estampitas
en los trenes,
nunca creería.
Mamá
gira dentro de las paredes
redondas de su cuerpo nuevo,
el cuerpo que le hicieron ahora,
cuando ella no podía encontrarse.
Y desde ahí adentro,
hoy dijo mi nombre:
Márgara.
Una palabra.
Hasta que lo dijo,
nunca traté de verla por entre las persianas bajas
de sus pestañas.
Y ahora que sé,
que la vi un instante,
me arrepiento.
De su soledad. De la mía.
De este silencio de ladrillos rotos
que se quiebra entre las dos
como una herida.

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