23 de marzo de 2018

Por una cosa sobre matemáticas que puse ayer..., recordé las pruebas. Odino me dice que él nunca las aprendió. Tengo la sensación de que él cree que, cuando una termina una cuenta no tiene que tener duda alguna sobre lo que había hecho. Pero yo me conocía y para mí las pruebas fueron salvadoras y eran hermosas porque significaban hacer cuentas pero todas con un solo dígito, reduciendo todo a números del 1 al 10. Todavía las sé, las pruebas de la suma y la multiplicación... Me salvaron varias veces porque yo tenía la costumbre de hacer todo el planteo bien (menos cuando se me ponía MUY complicado y no conseguía tener la menor idea de cómo llegar a contestar esa pregunta con esos datos, que de eso se trataba) y después hacer la cuenta y sumar 7 más 8, digamos, 14... De ese tipo de error me salvaban las pruebas. Cuando no daban bien, revisaba todo de nuevo despacio y siempre había algún error así..., de 1 o 2 o como mucho 3..., un error de distracción, típico de alguien para quien la exactitud de los números no funcionó nunca, que no podía concentrarse en eso; alguien con mala memoria que no consiguió nunca aprenderse las tablas del 6 al 8. La 9 sí..., esa sí pero porque yo restaba: 7 por 9 para mí era y es siempre, 70 menos 7; 6 por 9, 60 menos 6, etc. Y por eso, las pruebas eran maravillosas. Y para mí, eran mágicas sobre todo. Nunca entendí por qué funcionaban pero decían algo elegante y bello sobre el funcionamiento de los números que supongo que es lo que fascina a los matemáticos... ¿Es así, Alicia? Sí, yo lo creo. En eso, los números son estéticos y ahí sí me gustan... un poquito. Con la calculadora en la mano por supuesto...

No hay comentarios: