6 de abril de 2020

Desde que volví de Suiza, duermo más o menos bien, y eso que soy semi insomne (nada que ver con algunas amigas que tengo ni con lo que era mi viejo, capaz de no dormir absolutamente nada en toda la noche). Tomé poca melatonina desde que volví..., tan grande era la sensación de que tenía, por fin, los pies sobre la tierra. Y cuando empezó la cuarentena, sorpresa, sorpresa, tampoco tuve mucho problema. Me dormía bien, y sobre todo si me despertaba, no me era imposible volverme a dormir.
Anoche eso cambió. Me dormí, soñé mal, con una pelea entre mi hijo y alguien, una persona grande, a puñetazos (nunca vi que mi hijo hiciera eso...) y entre eso y el maldito teléfono que sonó por una de las excepciones..., que ahora borré por completo. Zas, despierta, miro la hora, 2,20. Y no, imposible volver al sueño (tal vez porque no quería volver a esa historia fea). Así que me fui de la pieza, leí un ratito, para sacar la mente del esfuerzo de zambullirme en el sueño, esperé, tomé melatonina. Costó mucho...
No es raro. El sueño siempre fue uno de mis talones de Aquiles. Raro que no me hubiera pasado antes. Tal vez no pasó por el alivio del momento en que volví a la Argentina. Al verano, decía yo en Suiza.
El problema es que el sueño que tuve (muy al comienzo de la noche, no lo hubiera recordado si no me despertaba) me vuelve, no la historia del sueño (yo sueño con historias), sino la sensación, la angustia, ese mirar por la ventana cómo afuera alguien golpeaba a Dante..., y no poder hacer nada. La impotencia. Eso, me dura. Pero hoy, ahora, hay sol, y el cielo está celeste y todo sigue. Eso también es cierto.

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