19 de agosto de 2011

Carta publicada en Ñ, sábado 20, agosto, 2011

Quiero discutir las ideas del artículo “El negocio de pertenecer a la tribu”. No hay duda de que lo que expresa el artículo es una racionalización del rechazo que sienten ciertas partes de la sociedad estadounidense frente a la lucha de las minorías étnico-raciales por sus propios derechos, incluyendo el de conservar sus culturas y visiones del mundo. No es cierto que “es el mercado el motor de la reconstrucción de etnicidades debilitadas y dispersas”; al contrario, el mercado es el enemigo de esas construcciones. Desde la llegada de los europeos al continente americano esas etnicidades (que estaban en su propia tierra, no hay que olvidarlo) se defendieron de diferentes maneras frente a visiones del mundo absolutamente contrarias a la propia y sobre todo, invasoras. Una de esas maneras se llama “apropiación inversa”: apropiarse de herramientas, armas, lenguaje de los invasores y usarlas para los fines de los invadidos. Lo que Joy Harjo y Gloria Bird (dos grandes escritoras amerindias) llaman “reinventar el idioma de los enemigos”.
Las comunidades amerindias son las más pobres en los Estados Unidos, las que tienen menos expectativa de vida y menos ingresos. Los famosos casinos no cambiaron eso. Fueron una forma (que se consiguió con lucha) que se dio a comunidades condenadas a tierras totalmente inservibles (hasta que encontraron petróleo en algunas, claro, y entonces quisieron invadirlas de nuevo) para salir adelante de alguna forma. Los casinos cambiaron parte de la cultura amerindia y eso se relata desde dentro en novelas como El bingo de Louise Erdrich. Pero aquí hay un problema y es que la idea de que habría una “indianidad auténtica” que debería rechazar todo lo tecnológico (como se dice a comienzos del capítulo) es un punto de vista absolutamente blanco. La identidad amerindia es flexible y cambiante, no está congelada en el tiempo como la imaginan los conservadores blancos. Tiene capacidad para adaptarse a los tiempos, como debe hacer toda cultura viva.
¿Un ejemplo de primera mano? El año pasado, fui a un congreso sobre literatura amerindia estadounidense en el casino de una reservación de los indios pueblo cerca de Nuevo México. Hablé con los empleados del hotel (todos de la comunidad) y con los dirigentes y escritores que habían venido al congreso. Lo que me explicó Simon Ortiz, uno de los grandes poetas ácoma pueblo, fue que entre los pueblos, el dinero del casino no se destina a consumos individuales sino a comprar tierra común para las reservaciones. Es decir, se usa dentro de la visión del mundo pueblo, en la que lo esencial es la relación de la comunidad con lo no humano, con el planeta todo. El artículo invisibiliza por completo la fuerza extraordinaria del movimiento amerindio en los Estados Unidos y la forma, nuevamente extraordinaria, en que esas culturas defienden al planeta con visiones del mundo en las que el ser humano es pariente (no dueño) de la Tierra. El hecho de que son, como ha dicho E. Galeano, “la conciencia de la humanidad” entera.
Márgara Averbach

2 comentarios:

Paula Irupé Salmoiraghi dijo...

Qué indiganación, profe, el artículo de la semana pasada. Hacemos acordar que nos cuentes más en el próximo teórico...

A.S dijo...

Gracias Marga por tanta información. Creo que al hombre blanco en el fondo le gustaría que el nativo cayera en las mismas codicias individualistas, esa nota, que leí, es tan parcial entonces que no puede ser otra cosa que intencionada.
Andrés Sobico