9 de abril de 2013

Ayer, con la falta de concentración típica de estos días extraños (para mí), fui a conocer a Ira, el halcón hembra de mi hijo. La tenía en el brazo para acostumbrarla, le tocaba las garras terribles, a veces, las plumas. Es la belleza del viento personificada y eso que no tiene el plumaje adulto y no lo va a tener hasta dentro de 2 años. Tiene ojos bravos, penetrantes. Los fijaba en la pobre Ginebra (la gatita) que los tenía en ella también y le chillaba con fuerza y abría las alas poderosas y la cola que parecía un abanico fabricado por el mejor de los artesanos. No la toqué. Todavía no. La pensé en las nubes cuando vuele sola (porque hay que soltarla..., pronto, no todavía) entre los árboles y me alegré de que este planeta todavía nos tolere..., que todavía nos tenga paciencia. A pesar de todo, hay belleza en el mundo ahí afuera, ese mundo que nos empeñamos en destruir.

No hay comentarios: