8 de abril de 2013

Esta es la entrevista que sale en la Newsletter de Sigmar sobre mi libro "Que llueva, que llueva".



PALABRAS DE AUTOR


Este mes conocemos más sobre Márgara Averbach, autora de Que llueva, que llueva (colección Telaraña), una novela sobre la sequía llena de poesía y música donde un grupo de animales del campo tendrán que ponerse de acuerdo para llegar a una solución. (Imagen tapa)
Márgara quiso escribir desde antes de saber poner una letra detrás de otra en un papel; es una apasionada de la literatura contemporánea y le gusta estudiarla y enseñarla; es madre y aprendió a escribir para chicos con sus tres hijos que ahora son grandes.

¿Cómo empezaste a escribir? ¿Hubo alguna experiencia en tu infancia que haya incidido en tu vocación?
MA: Varias, creo yo. La primera es la lectura en voz alta. Mi mamá me leía en voz alta cuando me dolía el oído (y en la infancia, me dolía seguido) y nos leía a todos en el auto en nuestros largos viajes al Norte y al Sur en vacaciones (como hago yo ahora con mi esposo y mis hijos). Yo le pedía más y más porque lo único que me calmaba un poco era hundirme en esos cuentos. Así, entendí para qué servía leer antes de saber leer.
Después, vino el gusto: yo creo que todos venimos con tendencias…, o las fabricamos cuando somos bebés, no sé. Desde lo que entonces se llamaba Primero Inferior, yo odié todo lo que fuera número y cuentas y ciencia y amé las horas de castellano y de historia. Y lo mejor de todo era cuando nos pedían una “composición”. La verdad es que en algunos casos, yo hacía las composiciones de varios en la casa y ellos me hacían las cuentas. Cosas de chicos.
Sin embargo: escribir no es publicar. Tardé muchísimo en empezar a publicar: tenía 33 cuando empecé, después de ganar un Concurso de Cuentos para Chicos de las Madres de Plaza de Mayo.

¿Cuáles eran tus historias favoritas cuando eras chica?
MA: Puedo decir primero las que no me gustaban (y siguen sin gustarme): no me gustaban las historias que terminaban mal o tenían que ver con el miedo. Fuera de eso, siempre tuve un gusto amplio. Pero desde siempre me importó que el lenguaje estuviera bien construido, que fuera bello y no solamente palabras una al lado de la otra…
Me gustaban las historias de animales (porque siempre los quise y sigo queriéndolos, tengo varios); las de piratas (Emilio Salgari fue mi favorito durante mucho tiempo); las de los mosqueteros de Dumas, un poco más adelante. 
¿Qué es lo que más te gusta de ser escritora?
MA: Es una pregunta rara: lo que me gusta es escribir. No podría vivir sin hacerlo. Publicar y que otros lean lo que hago es hermoso también, completa el círculo, pero si nunca hubiera publicado, habría seguido escribiendo de todos modos.

¿Cuál es la situación más sorprendente que compartiste con tus lectores?
MA: Creo que fue la visita a una escuela de San Francisco Solano, una escuela en medio de un barrio muy pobre.  La forma en que me recibieron, la manera en que conocían mis libros, incluso los que algunos llaman “difíciles” (me canso de oír eso) a pesar de que eran chicos que no tenían libros en las casas, que habían llegado a la lectura por la escuela solamente, no por sus familias, me llenó de admiración. Tengo la planta que me regalaron, sigue conmigo y está mucho más grande. Iba a quedarme dos horas y me quedé todo el día, hasta las 6. Me fui cuando cerró la escuela. Nunca me olvido.
¿Cómo nació la historia de la novela Que llueva, que llueva?
MA: Cada una de mis historias nace de un momento diferente. Esa nació porque un día, me puse a pensar en esa canción que cantamos todos y me di cuenta de que, a los cincuenta años, no la entendía, de que no la había entendido nunca. Cuando no entiendo algo, lo que sea, desde una sigla hasta un experimento científico, trato de fabricarle una historia alrededor. No es que la historia vaya a explicarlo tal cual es: lo que hace es mirarlo desde otro ángulo y hacerlo un poco más comprensible. Las historias explican el mundo. Y explican las canciones. Yo ya había escrito algo sobre “El ciempiés es un bicho muy raro, parece que fuera muchos bichos atados…” y de pronto, se me ocurrió hacer lo mismo con “Que llueva, que llueva”.
¿Por qué salió la historia como salió? Eso, no lo sé. Como explico siempre: yo pongo la birome en el papel y escribo. Y las cosas salen. Sin duda, estaban ahí antes: mi amor por los animales, mi infancia en el Norte de Santa Fe, los recuerdos de mi abuelo, agricultor pobre, con quien viví un tiempo… todo eso. El resto es la magia de escribir a mano. A máquina, no. A máquina, no me sale.

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