30 de diciembre de 2015


Los fines de año siempre fueron momentos hermosos para mí. Incluso en el peor de los mundos... Eran la fiesta del aire libre, porque se podía estar afuera y dejarse acariciar por el aire blando de las noches tibias del verano, eran luciérnagas y quedarse hasta tarde y esperar los regalos (Navidad, en mi casa no existía, los regalos eran el 31). Eran el principio de los meses buenos, sin escuela, sin rutinas, sin nada más que leer y leer y leer y las vacaciones. Muchas veces, lo pasábamos  lejos, con el auto, camino a Brasil o al Sur o a Perú, en un hotel, mirando fuegos artificiales y otras rutinas.
Pero este es un año triste. Ahora que no siento lo mismo, me doy cuenta de que en estos, los mejores doce años de mi vida en cuanto a política, me acostumbré a que hubiera una parte de mí, la política, la que tiene que ver con el diario y las noticias, que estaba bien. Llegué a darla por hecha. Sentir que mi país estaba donde debía estar y apoyaba a quien debía a nivel mundial, por ejemplo. Que más arriba, con diferencias (nunca fui incondicional: la parte ecológica del gobierno fue siempre un problema grave y es un problema que me importa y mucho), alguien, muchos (porque había funcionarios en los que siempre confié, incluso jueces como Zaffaroni), pensaban parecido y hacían al respecto. Personas que creían en la igualdad. Que el Estado decía, en lugar "Sálvese quién pueda", que fue la ley del Menemismo (¿no es eso "ramal que para, ramal que cierra"), "La patria es el otro", y pronunciaba en su sentido real la palabra "solidaridad", digo, sin darla vuelta y dejarla con las patas arriba como otros. Me acuerdo del anuncio de la Asignación Universal por Hijo. Yo no creí que pasara. Recuerdo oír a la presidenta y pensar..., seguimos. YPF. Ah, eso también tiene que ver con viajes, con dar vuelta la vista para no ver lo que habíamos perdido durante el Innombrable.
Ahora hablamos de la "anomalía K". No me gusta la palabra pero es verdadera: no tuvimos esto antes, no en mi vida. Y yo no vengo del peronismo (aunque siempre respeté el primer gobierno de Perón) así que estos doce años no eran imaginables para mí. No del todo. Los miré con incredulidad...
Eso falta ahora. Volvimos a lo de siempre. Pero no del todo.
Yo no comparto los valores coloridos y superficiales de los que están en el gobierno, los valores de la competencia, el "yo hago lo que quiero", el "¿cuándo me toca a mí?" cuando ya tocó desde que naciste (a mí también, claro, no es que diga otra cosa), los valores de la desigualdad, del olvidarse del Otro y sobre todo, tenerle miedo. Con las señoras que se agarran la cartera cuando sube un boliviano al colectivo...  Espero poder seguir diciéndolo, como lo dije en el menenismo, y no tener que guardármelo como en tiempos de la dictadura. Pero tenemos un piso..., ahora, después de los doce años. Y es lo que se ve en las plazas: ese saber que hay otros, el 49, digamos, que están ahí y piensan lo mismo. Eso cambió. Las plazas existen.
Las plazas existen. Lo repito. Todavía no me atrevo a escuchar la radio mucho tiempo, la apago pronto, tengo un límite de malas noticias que puedo escuchar. Las plazas existen.
Eso tenemos. Y nietos nuevos. Nietos nuevos y abuelas, enteras como siempre. Por eso, Feliz año nuevo. Que no nos roben la primavera.

No hay comentarios: