22 de noviembre de 2012

Ayer, última clase en Ezeiza (excepto el examen final..., en diciembre). Les tomé parcial, me trajeron agua, me trajeron café, me trajeron galletitas, querían que comiera, cuando terminamos y corregí y les devolví..., me pidieron que me quedara un rato más así que charlamos sobre el centro, solas, en el nuevo lugar donde hay luz y plantas y las ventanas abiertas y cerradas al mismo tiempo. Me dijeron que el nuevo director del penal había venido a decirles que ese lugar no es la UBA y que ellas siguen siendo "internas" ahí dentro. Yo les dije que no es cierto. Porque yo creo que hay que tratar de que no sea así. Porque de a ratos, no es así.


Lloramos las tres cuando me fui. No podíamos soltarnos. Me acordé bruscamente de la primera vez que fui a Ezeiza: cuando salí, una chica (obviamente presa pero que salía, hay regímenes de excepción o de transición), me dijo "¿Puedo salir con usted profesora?" Yo le dije que sí. Ahora me doy cuenta de que salir conmigo le daba seguridad en las puertas. La necesidad de salir es imperiosa cuando una termina de hacer lo que hace, cuando deja de distraerse. Incluso para mí. Al final, claro, no sabía qué decirles...

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