19 de marzo de 2014

Caminé 24 cuadras hasta Lomas, hice algo, volví. Había mucho barullo y lío de tránsito y vi el otoño. No me alegra, todos los que me conocen lo saben. Lo único que me gusta de este tiempo antes del frío y del miedo (para mí las dos cosas van juntas) es que me produce una doble visión y eso siempre me interesa: digo, ver lo mismo desde dos perspectivas diferentes al mismo tiempo y que ninguna borre a la otra. Lo que veo, el amarillo furioso en algunas hojas de los fresnos, algún que otro rojo en un roble un poco adelantado en los meses, las flores por segunda vez en los rosales, el verde hermoso, bello, mi verde en los árboles que todavía resisten..., todo eso combinado y el pasto vivo, entero todavía, es bello. Hay belleza y la veo (jamás la veo en invierno, excepto en las tipas, que se quedan verdes hasta septiembre y nos acompañan como puse una vez en un poema). Y al mismo tiempo, el amarillo, las hojas que caen, la segunda floración, los palos borrachos rosados y blancos..., me duelen. Y las dos cosas son ciertas. Eso es bueno. En primavera, para mí todo es más fácil y más directo. Todo es hermoso y yo estoy subiendo (o bajando, no digamos siempre subir para lo bueno) a la parte buena del año.

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