4 de noviembre de 2014

Como Daniel habla de sus viajes al Sur, yo, que lo hago cuatro veces por semana (todos los días no, al fin y al cabo trato de no dar clases todos los días, si es que puedo organizarlo), tengo mis anécdotas también. No, no puedo leer en colectivos, para nada. No es náuseas, si sigo, vomito directamente. Así que el tiempo se distribuye así: mientras voy en el Roca, porque yo esa parte del camino, de Banfield a Constitución la hago en el tren, que quiero mucho, leo. Aunque sea parada. Leo y levanto la vista cada tanto y con una mirada muy rápida a un árbol, un poste de luz, un pedacito de calle, sé dónde estoy. Eso me gusta. Me reconozco, me encuentro en ese viaje, ese viaje soy yo. Me sé los nombres de las plantas que voy notando, miro los cambios y me parece que soy capaz de ver tanto la versión anterior de ese lugar en particular como la actual, al mismo tiempo, como en esos libros que muestran el Foro romano como se suponía que era y como es ahora... Cuando estoy cerca de los tres lugares que conozco donde siempre hay caballos levanto la vista, miro al Este y trato de verlos. Me gusta mirarlos, sobre todo las raras veces en los dejan sueltos. Creo que a ellos también los conozco. Trato de pensar quién vivirá en tal o cual casa, de imaginar historias. Cuando llego a Constitución y ahí sí, me toca colectivo, hago otra cosa: escucho. Digo, no es que me interesen los chismes pero (como les digo a mis estudiantes de traducción) un traductor literario (y una escritora, supongo), necesita conocer más registros que el propio así que trato de ver cómo usan la lengua los adolescentes, los adultos, los viejos, los hombres y mujeres de distintas clases. Me gusta pensarlo. Voy con oídos atentos y de paso miro los árboles de la ciudad y entonces no sólo sé dónde estoy sino en qué época. POr ejemplo: ahora las tipas están convertidas en nubes entre verde claras y verde oscuras y empiezan a tener algunos puntos amarillos de flores; y los jacarandáes son luces extraterrestres. Antes, fueron los lapachos y mucho antes, en el otoño, los guincos. Eso hago. Eso también es leer, supongo, aunque no sean libros lo que se lee.

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