4 de mayo de 2015

Tercera clase en el CUE, en Ezeiza. Es tal el lío que hay con el transporte hasta allá que llegamos (yo y V. otra profesora con la que combino viaje) medio mufadas... Y después, claro, la clase. Esta vez tuve cuatro alumnas, y a mí me gusta mucho más tener más que dos. Una, la tercera que apareció, vino derecho mientras las demás se preparaban y me hacían el té que suelo tomar (tomamos té y mate, las dos cosas, mientras doy la clase), y me dijo: "Leí el libro, profe, y miré el video (era Incident in Oglala, de Redford, sobre Leonard Peltier) y estoy..., me gustó todo, estoy enamorada de su materia". Sonreía de un lado a otro. Y en la clase, varias hablaron y se metieron y me hicieron preguntas. Hablamos hasta de ropa y de instituciones totales en las que una no puede ser quien es, en las que se reescribe a las personas desde la ropa misma. "Es así, acá, menos ahora pero era", me dijo una. Nos reímos juntas. En un momento en que yo hablaba de cárcel y de totalidad, una se levantó y cerró la puerta del aula. Era la grieta, digo yo; eso que dice Peltier: que en ese rato, en el aula, cuando son alumnas y nada más que eso, no están ahí.

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