25 de diciembre de 2015

Ayer, como una máquina del tiempo pero no... Pasamos el 24 con mi hijo en la que fue mi casa de infancia (digo, acá, no en Santa Fe). En el jardín, como pasábamos Año Nuevo de chica, aunque entonces éramos siete, o sea la familia, nada más (nosotros cuatro, mi abuela, mi abuelo, mi tía abuela, que de todos modos vivían ahí al fondo). El jardín era el mismo, sin duda. Y no: los árboles están enormes, hay cambios, no está la parra. No está la higuera (ese cambio lo vi pero la imagen que se me aparecía era la de los diez, doce años, no más, la casa del fondo recién construida); las paredes son las mismas, las puertas, la escalera que va a la azotea también. Como ver algo pasado por un filtro que lo vuelve desconocido. Ayer éramos muchos, toda la familia de Fernanda y nosotros..., y el ruido, el aire blando y dulce del verano, ese no tener calor y no tener frío que yo amo, las estrellas y la luna inmensa (había que inclinarse para mirarla, me acordé de tantas veces que lo hicimos en noches como esas). No había luciérnagas (aunque creo que lo de las luciérnagas era en Ezeiza, cuando pasábamos Año Nuevo allá y no acá).  Tal vez sentí apenas el verano ayer.::, en ese estar y no estar en el pasado. En la que fue mi casa tanto tiempo y ya no lo es. Suelen gustarme mucho las fiestas porque es el principio de los meses que Hugo llama "charmants", creo, en el poema que me sé de memoria, el que habla del principio del otoño, cuando "les mois charmants" terminan. Esta fue melancólica, medio triste. Y al mismo tiempo..., no. Las comidas agridulces son intolerables para mí. No sé si me gustan mucho las sensaciones de ese tipo...

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