20 de enero de 2016

Un cuento más de Colombia mientras espero las fotos y sigo pensando y pasando revista (no puedo dejar de hacerlo después de cada viaje): hubo un día de terror para mí. Cuento para los que no me conocen tanto: el mar para mí es un enemigo, puedo entrar en él y sé nadar pero las olas me aterrorizan y la muerte por agua es la peor de mis pesadillas (hablo de los sueños de lo que una quiere despertar, esos sueños que yo siempre, siempre recuerdo, por desgracia). Por eso me gustan las playas del Caribe o ciertos lugares de Brasil: sin olas, como una pileta grande. Así..., aunque nunca confío del todo, me gusta nadar un rato, levantar la cabeza y que nunca haya una montaña de agua lista para taparme y en movimiento... Bueno: me pasaron dos cosas.
Una: fuimos a una isla frente a Cartagena, tres noches, cuatro días. Nada más bello para mí. Nadé muchísimo. Me fui muy lejos cerca de la cosa, nadando, mirando peces en ese agua transparente y perfecta y fresca (pero no fría, que es algo que también me mata). Una de las veces, fui sola. Odi estaba cansado y leía. Me fui lejos y me sentí tan bien, tan cómoda en ese mar falso que sé que es poderoso pero hace como que nos acepta. Pensé: "En este mar casi puedo confiar" y juro, juro que en ese mismo instante, me acerqué al alambre tejido que separa la playa del hotel del mar abierto (ahí no me metí mucho, prefería tirarme desde el muelle, directamente) y apoyé las piernas. El dolor fue instantáneo y muy fuerte, el mismo de las aguas vivas que, cuando era chica, me llevaban a casi 40 grados de fiebre. Así que nada de confiar. Volví, sé lo que hay que hacer, me puse un poquito de pomada, se me fue enseguida. No confíes, me dije.
Dos: Después de la isla, quisimos ver una playa grande, de esas con palmeras y agua color turquesa que aparecen en las fotos. No era así nuestra isla, era otro tipo de lugar. Tomamos la "lancha rápida" a Barú. Todo salió mal menos la Playa Blanca, un lugar realmente increíble, con demasiada gente pero eso a mí no me molesta tanto como a otros. Nadar en un agua que es de cuento, que no es agua, es... magia pura turquesa, es toda una experiencia. Pero el viaje de ida y de vuelta... fue directamente terrorífico para mí. De ida, a la lancha se le rompió el motor dentro de la Bahía. No me asusté. El agua estaba tranquila, de última, iríamos al día siguiente. Pero de vuelta, todas las lanchas vuelven a las 3 porque a esa hora empieza el viento. Todos los días, todos, empieza el viento y las olas van en contra de los barcos que vuelven. De vuelta..., cuando íbamos por la primera parte del viaje, volvió a romperse ese motor (tienen dos). Empezamos a ir muy despacio en medio de olas que hacían saltar la lancha. Yo apreté tanto la mano contra la lancha que me quedó blanca. Y en un momento, uno de los que nos llevaban gritó "El otro, el otro". Es decir, el otro motor. Ahora sí que cagamos, le dije a Odi. Sufrí durante mucho rato..., mientras las olas se hacían más y más grandes y lo que yo quería era llegar por lo menos a la Bahía de Cartagena. Llegamos, claro... Fueron dos horas y media en lugar de una. Cuando pasamos por Boca Chica..., un lugar pobre al final de la Bahía, los chicos se tiraban al agua para pedirnos monedas. El Paraíso del Caribe, como lo di una vez en un seminario, es un paraíso sin personas, solamente el paisaje, muchas gracias.

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