26 de junio de 2016

Casi al final de la serie que más me gustó en los últimos años, Game of Thrones (me resisto a decirle GOT como hacen algunos, no sé por qué pero no me gusta), disiento con muchos (muy cercanos y queridos incluso) porque la última temporada me gusta muchísimo. Me gusta que haya tantas mujeres en sitios de poder, me gusta que los diálogos sigan siendo fascinantes y llenos de verdades siempre, me gusta que personajes que parecían infalibles cometan errores que a mí me parecen graves (no digo nada con nombres porque me gritan que arruino la cosa para todos los que no la vieron o la ven cuando está completa), me gusta que haya poderes de los que uno no se acuerda hasta que un personaje mejor situado que uno hace uso de ellos para salir de una dificultad que parecía imposible de cambiar, y me gusta aunque sé que no es..., digamos, intelectual ni realista pero me gusta, esto es fantasía, que se vuelva muchas veces a la idea de la justicia poética (no las suficientes, eso es lo bueno de la serie, pero sí muchas veces...), es decir que cuando llegue una muerte, una diga... es el karma, sí, es la muerte correcta (como digo, no siempre). Me gusta que sea una serie llena de amargura y de seres despreciables pero con algunos a los que se puede admirar (las que solamente tienen seres despreciables no las tolero, las dejo enseguida, no puedo sostener una mirada así sobre la humanidad porque no la siento verdadera tampoco). Me gusta la estética, la fotografía, el cuidado con ciertas tomas, que cada capítulo sea una película. Y me gusta, sí, me sigue gustando verla como se hacía para leer folletines o historietas..., de a un capítulo por semana, a la hora señalada (estilo western, perdón), como una cita ineludible.

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