20 de julio de 2016

Cuando estamos solos, los cuatro en casa (una humana, dos gatos, un perro), los tres me siguen de habitación en habitación, casi siempre. Y no se llevan bien entre ellos, así que todo se llena de ruiditos, amenazas gatunas, chilliditos alegres de Sandokán que se divierte mucho molestándolos sin hacerles daño nunca. Eso me gusta. Yo no sé estar sola, nunca supe. Enciendo todas las radios para que haya voces en alguna parte.


Como sea, hacer gimnasia con Sandokán cerca es una experiencia absolutamente especial. Cuando estoy de pie, no hay problema aunque me mira, extrañado, por los movimientos de los brazos o la cabeza. Cuando me pongo en el suelo...ah, se me acuesta al lado, me pone una pata sobre la mano, me mete la cabeza en la panza y aprieta un poquito (dame bolilla), me muerde la mano con toda delicadeza. Lo peor es cuando estoy en esa media vertical (la verdadera nunca la hice ni la haré, no podía de joven, era una tortura hasta que cada uno de los profes de gimnasia, siempre desesperantes para mí, peores que los de Física, decidía rendirse y me decía "Usted déjelo, Averbach...") porque ahí, Sandokan se desespera: me besa, me tira de las piernas para que las baje, es como que no tolera que esté así, lo angustia y si no, me besa y eso es peor. Así que..., terminé hoy pero creo que mañana va a ser día de descanso y lo voy a dejar del otro de la puerta mientras escucho el concierto de protestas...

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