1 de septiembre de 2016

Ayer, en un curso extra de dos clases solamente en una universidad cercana, me encontré de nuevo con alguien que no sabía que recordaba. Fue amigo mío en un tiempo que me quedó en la memoria como un tiempo sin amigos, sin nada más que cielos nublados y frío. El tiempo que siempre defino como "el peor de mi vida", la secundaria. Y el reencuentro hizo algo por mí, algo absolutamente nuevo: me mostró desde los ojos de otro que ese tiempo tenía momentos de alegría. No es que yo no lo supiera, sí, lo sabía. Creo que yo no hubiera podido seguir adelante sin esos momentos. Pero verme desde afuera no como me veían muchísimos entonces, yo incluida (la amarga, la deprimida, la que se tapaba el pelo con pañuelos, la de la cabeza baja, la que se hundía en los libros porque eran el único lugar seguro) sino de otra forma, como alguien que discutía literatura, escribía, charlaba por las calles de Lomas, explicaba (eso sé que lo hice)..., hace bien. Cambia el pasado como dice Borges (a quien no aprecio mucho, casi todos lo saben). Gracias a mi amigo reencontrado.

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