17 de octubre de 2016

Siempre lo digo: por costumbre desde siempre, porque trabajo mucho dentro de casa en la semana (y no me refiero a tareas de tipo limpieza sino a laburar, escribir, traducir, etc), porque sí, no sé, la cuestión es que a mí no me gusta nada de nada pasar el domingo en casa. Si lo paso en casa, y solamente en ese caso, se me convierte en ese tiempo depresivo que sienten tantos y que yo no siento si me voy. Ayer la pasamos en casa (no fuimos a Ezeiza) y al principio, creí que iba a ser así y tuve que esforzarme mucho para no sentirme mal, me puse mal en un momento.
Después vinieron los chicos. Y la verdad es que las cosas cambiaron apenas llegaron ellos. Gracias Dante, Selva Aimé y Tamara... Gracias, Odino.
Yo no veo más a los chicos en casa, no a los tres juntos, ya no. Así que de pronto, todo era una fiesta: la casa, que bailaba (ya no está acostumbrada a ensancharse para recibir a otros; no vemos gente acá, casi nunca), el living no living que tenemos desde hace años (un living invadido porque no lo usamos como tal y es algo indefinido, distinto), la charla larga y buena, los planes para el verano, las conversaciones sobre política y futuro (o más bien falta de..., creo, pero ese es otro tema), los abrazos, los cruces de miradas, el ruido entre las paredes, ese ruido que hace años era tan habitual y ahora ya no. Gracias de nuevo...

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