7 de marzo de 2017

El centro de Taormina es muy "posh", como se dice en el inglés de Inglaterra, muy fino y clase alta, pero (porque para mí hay un "pero" ahí) me gustó mucho, tal vez porque en invierno no hay casi nadie y los negocios están vacíos y es fácil caminar excepto por el viento. De todo el centro, el balcón fabuloso de piso en baldosas de dos colores (blanco y negro) de la Plaza 9 de abril me pareció increíble y eso que casi nunca vimos desde ahí el Etna, siempre entre nubes. ¿9 de abril? El día que nació mi primer hijo..., nada menos. Pasamos varias veces a distintas horas y siempre quise sacar fotos y seguir sacando. En algún momento, hubiera podido asegurar que, en ese tablero inmenso, se jugaban juegos prohibidos a ciertas horas de la noche. El viento y el frío eran lo único feo. Yo me hubiera quedado a tomar mate pero no..., imposible. La vista..., increíble.
Adelante, el mar, bello, azul, mayormente tranquilo salvo alguna vez; abajo las playas que en esta época está casi desiertas (después pasamos con el auto); al costado el Etna y las distintas capas de altura de Taormina misma; atrás, el cerro al que subimos despacio (yo como siempre, última).
Además de esa Plaza bella, fuimos al parque que antes fuera algo así como una mansión, creo, y comimos en el otro extremo del pueblo (caminábamos todo el centro varias veces por día), en un restorán que nos gustó, en el que la chef era mujer... No era barato (nada es barato en Taormina) pero tampoco era muy, muy caro. La comida fue siempre una alegría ahí, la pizza era deliciosa (ese tipo de pizza no dura y no quemada ni crocante que para mí es perfecta, con ricotta (lo mejor para mí) y pescado y tomate... y un queso increíble. Y comimos también pasta. La pasta italiana me dejó de una pieza. No la recordaba. A mí, me gusta más bien pasada (lo lamento, es así) en Argentina pero en Italia la hace al dente y no parece cruda ni dura, es perfecta. Y el plato de fideos con limón que comió Selva no me gustó, claro (no me gusta el limón) pero era interesante. Una de las veces, fuimos con Selva a tomar un café y una torta o un helado a un café en la otra punta, cerca de la Pirandello y nuestra casa. Y esa conversación..., para mí, fue inolvidable. Así que el café también se volvió inolvidable. Y a pesar del frío había flores, flores en todas partes. Un lugar en el que el invierno no es crudo (excepto cuando venimos nosotros).




















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