6 de marzo de 2017

Vimos el lugar en dos días completos y algún otro medio día más... Estas fotos son de la bajada a Isola Bella, esa península fabulosa que quedaba justo a los pies de la terraza que mostré antes. Bajamos todo eso a pie, las chicas el primer día, nosotros el último. Para subir..., fue largo y difícil porque no andaba el funicular y esperamos un colectivo que no venía hasta que al final llegó el que reemplazaba al funicular. La subida es extraña. A pie, es directa. En el auto es infinita, curvas y curvas sobre la montaña y sobre viaductos hasta la calle Pirandello. Todo se puede filmar en la bajada..., todo es pura foto, pura belleza.
El itsmo de la Isola me fascinó porque esa era mi visión de América Central cuando era chica. Yo miraba el mapa y pensaba que era una ruta con dos playas, una a cada costado.
Era invierno, ya lo dije, claro. Eso significa que cuando terminamos de bajar, todos pero todos los negocios menos uno estaban cerrados frente a la playa y era imposible tomar un café, comprarse un agua..., no había absolutamente nada. Una pareja francesa nos preguntó por un lugar donde descansar (la bajada agota) y le dijimos No hay. Porque no había.
La playa era de piedras y tenía enormes piedras a los costados. A mí me gustan las piedras. Algunas me hablan y me las traigo conmigo. Había muchas que habían sido lava alguna vez, rastros del Etna que visitamos uno de los días. Hacía frío, como siempre, y el lugar me pareció hermoso pero terrible. El mar demasiado cerca y demasiado agitado. Transparente y hondo y decidido. Demasiado. Un poco más allá había otra playa, privada, el agua de un color turquesa profundo, mi color preferido... ¿Se bañarán ahí alguna vez? Supongo que sí pero no conseguí imaginarme el lugar en esos momentos.











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