11 de septiembre de 2017

¿Enseñar? Yo no quería eso de chica. Lo que quería era escribir. Siempre supe que no quería ni hubiera sabido enseñar a chicos o adolescentes. La pasé demasiado mal en la escuela secundaria para querer volver a ese lugar, el peor de mi existencia, fui demasiado poco adolescente en la adolescencia (por eso, la pasé así: era demasiado adulta de muy chica, y no soy la única que lo pienso, me lo dijeron otros que en aquellos tiempos eran mis perseguidores, en algún sentido los que hacían de la escuela el mal lugar). Y soy demasiado seria y poco histriónica para enseñar en primaria. Hablo solamente. No juego. Nunca me gustó jugar, ni de chiquita, excepto a algo que implicara pensar una historia, inventarla. Mamá me contaba que cuando yo tenía dos años un famoso psiquiatra (no digo el nombre pero es de los esenciales) al que ella y papá conocían, me dejó en una habitación con juguetes, pelotas, libros, etc. Y yo fui directamente a los libros con dibujos, me senté y me puse a mirarlos. El hombre le dijo a mamá que ella tenía que tratar de que yo hiciera ejercicio y jugara físicamente porque no iba a hacerlo con facilidad. Tenía razón. Admiro y envidio a los y las que pueden plantar, inducir en los chicos y los adolescentes el amor a algo que ellos aman (la lectura, la ciencia, los números, no importa). Yo no sé hacerlo. Empecé a enseñar a adultos porque era lo que podía hacer en ese momento..., nada más. Primero enseñé inglés. Después literatura. Cuando lo hice y pasó el miedo (soy miedosa, siempre lo digo, insegura), me di cuenta de que eso, enseñar a adultos que comparten conmigo la pasión por lo que quiero --los libros, los idiomas-- me sale bien. Que soy bastante buena. Que sé ponerle el cuerpo, el entusiasmo, las ganas. Ese fue un descubrimiento maravilloso. Lo cuento por ser hoy el día que es. Las razones por las que hoy es ese día, no las comparto. Preferiría que festejáramos el día de Rosarito Vera, no sé. Pero de todos modos, feliz día a los maestros, los profesores, los que enseñan a chicos, adolescentes y adultos. Y sigamos adelante por una educación sin meritocracia, para todos y todas, una educación en la que todos tengan derecho a estudiar desde matemáticas a literatura, en lugar de quedar marcados por clase, raza, género y limitados por eso.

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