11 de octubre de 2017

Ayer, Outlander. En este momento, es mi serie preferida (en otros, está Game of Thrones, por supuesto). Es una rara combinación de amor, política, historia (mucha historia inglesa, escocesa, estadounidense pero menos). Mientras miraba el capítulo de ayer (por el cable, no consigo para nada entrar en Fox tipo Netflix así que la grabo por el canal, porque me es difícil verla en el horario correcto, que es lo que me gustaría hacer), me puse a pensar en el concepto de "scene a faire"(sorry, no sé cómo poner los acentos franceses en este teclado y no tengo tiempo de investigarlo). El centro de la serie es el género "de amor". Y ese es uno de los géneros que me encanta en cine y serie (no en literatura) y uno que miro solita porque a Odi no le gusta mucho, así como Odi mira ciertas pelis (de miedo, de acción tipo James Bond, ciertas que unen terror con ciencia ficción). La que me enseñó el concepto de "scene a faire" fue mi mejor profesora de literatura de la historia, en el Lenguas Vivas, María Elena Passeron. Creo que es la base de la emoción que sentimos los que vemos "de amor"... Digo, el recurso principal. En todo el capítulo, la protagonista estuvo decidiendo si volvía o no con el hombre que ama (porque en este género occidental, hay una única pareja perfecta, idea que yo no comparto por cierto, pero que puedo adoptar cuando, como en esta serie, además, la mujer tiene una vida propia, estudia, trabaja, es absolutamente creativa y ella misma, por fuera del "amor"). El momento de la reunión después de años y años de separación se fue atrasando y atrasando y la emoción era cada vez más grande. Yo creí que iban a dejar la reunión, el reencuentro, la "scene a faire" para el capítulo siguiente. Pero no lo hicieron... Y sí, sí lo hicieron... Eso fue fabuloso. La forma en que lo resolvieron fue muy inteligente y muy sorprendente porque cambió los roles masculino-femenino. Me encantó. No digo más por si hay quien sigue la serie.

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