2 de abril de 2018

Soñé con mi torpeza..., mi manera de desparramar todo, todo el tiempo. Tenía que pagar un hotel porque me iba (ahí había algo más: una amiga de antes a la que había vuelto a encontrar, algo así, pero de eso no me acuerdo bien). Abría la cartera y no encontraba la tarjeta, se me caía todo, trataba de reunirlo una, dos, tres veces, me distraían, recogía una cosa y entonces perdía otra. En fin, algo que suele pasarme..., pero convertido en un espectáculo público. Cuando me desperté, pensé en mamá. Ella tenía una conciencia del ridículo que la había paralizado hasta el punto de arruinarle la vida. Siempre se preocupaba por no dar un mal espectáculo. Su insoportable prolijidad (insoportable para mí, desprolija militante) era parte de eso y le agradezco que cuando entendió mi necesidad de lo desprolijo, empezara a regalarme ropa hippie, suelta, no muy cuidada (como me sigue gustando). Cuando empezó a dar espectáculos, porque lo hizo, por suerte, no se daba cuenta: ya no era ella, la había dominado la enfermedad horrible esa, en el centro de lo que ella más apreciaba, "la inteligencia" (yo prefería la emoción, la expresividad; eran largas discusiones). Por suerte para mí, yo no soy así. En las pesadillas, sin embargo, se vuelve terrible: suelo soñar que llego a dar una clase y me olvidé de ponerme la pollera o se me salió en el baño y sí, me da vergüenza, mucha. Me despierto... Por eso hoy cuando me desperté, pensé que tal vez era eso lo que le pasaba a mamá. La risa no es lo mío (como no era lo de ella: el humor, excepto el intelectual, me pone muy incómoda y sé que esa es su herencia) pero sé reírme de mí misma de vez en cuando, aunque no en los sueños. En eso, por lo menos en la realidad, creo que soy mejor que ella.

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