28 de julio de 2018

Ayer, más allá de la película, un placer infinito volver a un cine (hacía semanas que no podíamos, por una cosa o por otra) y con Dante y Fernanda... En cuanto a Misión Imposible..., bueno, me resultó impresionante la forma en que se hace hoy en día una película de acción-aventuras-humor (es más o menos eso) de tipo superhéroe pero sin otros poderes que los que dan el entrenamiento y la inteligencia. La película no descansa. No es el ritmo del western (largas partes lerdas donde hay solamente paisaje, diálogo, reflexión, espera y después bruscos estallidos de acción) sino uno que es pura acción constantemente. Como nunca me enganché del todo (aunque sí la disfruté, me asusté y sobre todo, miré los lugares del mundo que se muestran siempre, en la misma fórmula, dos o tres ciudades muy conocidas y un lugar exótico), me fijé un poco en la estética y la estructura. Y era: una escena luminosa (calles de París, calles de Londres, montañas en Cachemira) y después una oscura (túneles de todas las ciudades, interiores, etc). Y dentro de cada escena, vértigo, vértigo, vértigo, con mucho cuidado sobre la forma en que se pasa de un territorio a otro (una puerta que se abre, una ventana que se atraviesa, un desmayo). Lo confieso: tolero mucho más este ritmo yanqui de adrenalina pura que la lentitud francesa.
Capítulo dos: ideología. Un asco profundo. Todo meritocracia. Hay quienes merecen vivir (policías, amigos, mi lado de la vida) y quienes no lo merecen. Y el héroe se debate entre salvar a uno u otros de su lado, nunca duda sobre los demás. La lealtad es esencial. La violencia también. Y en ese sentido, como siempre, los mejores parlamentos, los que yo apoyaría (excepto por la crueldad, que tiene que estar ahí porque si no, no se justifica nada), son los de "los malos".

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