10 de abril de 2020

Hoy, supermercado. Para que nos dejen pasar sin hacer la cola (tenemos más de 60) nos matan poniendo un horario de prioridad de 7 a 8. O sea, que ir al supermercado (que, confieso, es algo que siempre me gustó, yo no haría, casi nunca hice, compras por Internet, me encanta salir y mirar y pensar historias de todos los que me cruzo, y mirar todo lo que no es comida (ropa, bazar, etc) sin comprar, solamente mirar porque ciertos objetos que me parecen bellos me dan una alegría que tal vez tenga que ver con el consumismo pero a la que no renuncio) se convirtió ahora en una especie de obligación horrenda que implica levantarse incluso antes de que haya luz. Me lo arruinaron..., bah.
Y como me tengo que despertar a un horario definido por otros (en este caso, el super), pienso en uno de mis superpoderes. Yo no logro dilucidar cómo lo hago, imposible. Es mágico. Mi cabeza funciona en paralelo por las noches. Toda mi vida, como tengo la puntualidad metida en el alma (por el lado de mamá, creo, yo me vuelvo loca si llego tarde a algún lugar y por eso salgo, perdón, salía, con mucho, mucho tiempo de anticipación, siempre por lo menos quince minutos antes del cálculo), los días en que tengo (tenía, jubilación de por medio) que despertarme temprano, pongo algún tipo de alarma pero siempre, siempre, me despierto unos veinte minutos antes. Sin otra razón que el "deber ser. Yo lo describo así: en las horas de oscuridad, por un lado estuve en ese lugar del tiempo que es el sueño, un lugar sin horarios, con leyes propias, extraterrestres y por otro, en una línea paralela, alguna parte de mi cerebro siguió midiendo el otro transcurrir, el de los relojes y las obligaciones. ¿Cómo hago eso? Ni idea. A Odi (que nunca fue particularmente puntual) no le sale. Esta mañana, cuando me desperté, miré el reloj del equipo de televisión (solo tenemos tele en el dormitorio y solo miramos desde la cama) y vi que eran las 6,16. La alarmar era para las 6,30. Sonreí... sonrío todavía: eso quiere decir que la persona que fui hasta los 61 años, la que iba a clases, a citas, a cafés a tiempo, casi, casi sin fallar nunca sigue ahí a pesar de la jubilación, a pesar de la pandemia.

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