9 de septiembre de 2014

Hoy, por primera vez, vi los lapachos que asoman su sol rosado/violeta entre los otros árboles, que apuntan al verde, despacio. No sé por qué me conmueven como me conmueve el amarillo furibundo de los guinkos en otoño. Y como con los guinkos creo que conozco todos los lapachos de las calles que recorro desde siempre. Hace años que hago un peregrinaje en algún momento, en dos semanas tal vez, para ver el grande, el más bello, en Figueroa Alcorta frente a una estación de servicio, unas cuadritas antes del Malba viniendo del centro. Pero hay más. Hay una convención de lapachos junto a la autopista del sur, no la de Cortazar sino la que une Constitución con el puente Avellaneda, a la derecha cuando vamos al centro y yo siempre tengo ganas de parar el auto ahí y caminar por encima de la nube de sus flores cuando están en el pico de la belleza. Hay uno acá a cuatro cuadras, una más allá del colegio al que fui de chica y al que fueron mis hijos, la Normal de Banfield, chico, frente a un club chico. No se lo ve mucho pero yo lo busco con los ojos cuando paso. Hay uno o dos al final de la 9 de julio, al Norte, entre Arroyo y Juncal, frente a la Embajada de Francia...., y uno muy bello en Independencia, también, frente a la placita. Y hay uno, uno perfecto que yo quisiera llevarme porque no vive bien ahí, tiene las raíces al descubierto casi pero persiste, al final del Camino Negro, justo frente a Macro. Ese es mediano, tiene la copa perfecta, como dibujada por un chico, simple y exacta y cuando florece es la primavera misma.

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