20 de julio de 2015


En mi vida, los recuerdo a todos. Yo no podría, realmente no podría vivir sin un amigo no humano conmigo..., tal vez porque en la infancia viví en medio de ellos, en el campo y se me hizo lo que creo profundamente que es: natural, correcto. Somos parte de la Naturaleza al fin y al cabo (parte, dije, no dueños). Así que los recuerdo a todos. El primero, de muy chica, se llamaba Platero, por obvias razones: aunque era un perrito chiquito, de lo más feo y mestizo, habíamos leído Platero y yo... Lo tuvimos como 15 años... y al final, hubo que ayudarlo; lo hizo mi padre médico, en Ezeiza. Recuerdo el día. El segundo fue un dálmata que yo fui a comprarle a mi vieja cuando ya era grande pero vivía con ella. Lo amé muchísimo. Se llamaba Tuán, por Lord Jim (escrito así, castellanizado) de Conrad (seguimos con la biblioteca, pero no fue siempre así). Se lo llevó mi hermano a Mar del Plata cuando yo ya no estaba en casa y mamá empezó a estar mal y dejó de querer animales. Murió allá, del corazón, una noche..., según mi hermano. En mi vida a solas, con Odi, tuvimos dos: la primera se llamaba Ñusta (esto por Ollantay, sí, pero no por eso, sino porque así se llamaba el campo de mis abuelos en el que fui tan feliz...) Fue la primera hembra en mi vida, una setter, última de una camada, a la que nadie quería, tan buena, tan hermosa, que le dio de mamar al gatito que tuvimos, Relámpago (otro de mis amores). También recuerdo el día en que Odi me llamó y me dijo que había tenido que matarla porque se le había dado vuelta el estómago. Yo la había visto esa misma mañana, entera, muy bien, a los doce años... y después no. Tal vez eso y lo de Tuan fue mejor. Hoy se fue la cuarta, Luna. Los chicos le pusieron el nombre cuando eran muy chicos, no es un nombre literario. Estuvo con nosotros quince años... y hace ocho que tenía displacia de cadera, iba desmejorando cada vez más. Fue duro. Luna era inteligente como ninguna: cuando era chica, manejaba canillas con la pata, abría puertas en dos patas, retrocediendo cuando la puerta se abría hacia ella, defendía a los chicos, mordía el mosquitero en el lugar exacto en que estaba sostenido por un hilo, no en otra parte, porque quería sacarlo para pasar. Era muy buena con los seres humanos, con todos, y muy mala con otros perros, todos menos el "amigo", uno que venía a verla a la quinta cuando la llevábamos. Nunca supimos por qué lo aceptó a él. A ella, este homenaje. Adiós, amiga...

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