9 de marzo de 2016

Después de pensarlo un poco, mi opinión sobre Brooklyn que vimos el sábado pasado..., en la punta del mundo porque desdichadamente, los dos cines de nuestro Sur (hay varios), o sea el de Temperley y el de Adrogué no suelen dar esas películas o las dan cuando una ya cree que van a sacarlas de todos lados. Como si fueran películas del Norte solamente (el antisurismo de Buenos Aires asusta). 
Brooklyn. Mientras la vi, me gusto como me gustan siempre las historias de amor, o esas películas chiquitas, sobre problemas sociales como inmigración, tomadas sin momentos demasiado terribles pero sí dolorosos, con notas sociales interesantes, como el maltrato de la burocracia y los jefes y los autoritarios, y los problemas de cruce de culturas. Después, no sé. Creo que es superficial. Que..., de alguna forma, no es sobre inmigración (irlandesa a EEUU, y los irlandeses sufrieron como todos pero eran blancos y rubios, el problema era el catolicismo y eso no se trata), sino sobre otra cosa en la que yo estoy en las antípodas ideológicas: -sobre el viaje del pueblo chico a la ciudad pero en un planteo en que el pueblo chico es un infierno grande y la ciudad es lo que salva..., eso es clarísimo al final; -sobre la partida del lugar de origen, atrasado y secundario, al centro del mundo... Y de esa opción como correcta.
O sea: nada de que volver a los orígenes es lo imprescindible, como en los autores que yo estudio. Nada de que la cercanía humana y conocer a todos es... bueno en el fondo. Nada del relato centrípeto que me gusta en las películas irlandesas y escocesas. Todo centrífugo, el relato europeo de la colonización, el de Crusoe y Defoe

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