30 de julio de 2016

Ayer, Sangre de mi sangre. Fuimos a verla a un cine malo, realmente malo el proyector, me mató desde las propagandas (me gustó una cola..., eso sí aunque habrá que ver). Pero bueno, la vimos. Es una película complicada. Hay que mirarla con cuidado, hay que escuchar lo que se dice, sobre todos ciertos comentarios que explican lo que quiere decir la película, que son instrucciones de lectura, como diría Genette: "Bobbio es el mundo", dice el vampiro que después entendemos quién es...; o "el tiempo no pasa" (no sé si exacto pero se insinúa eso). El deseo planea sobre todo, un deseo desatado capaz de cambiar la realidad por completo, porque hay escenas que seguramente son solo deseo, no realidad; y con respecto al deseo, creo que se dice, estamos como hace siglos. Nada ha cambiado mucho. Con respecto a la crueldad tampoco. Es una película seria, pensada, cuidada, con la sintaxis marcada en la puerta que se abre una y otra vez, en el presente y en el pasado, con la misma raya de luz que pasa a través de ella, a veces en secreto, a veces en público. Y entrar y salir es lo que marca el ritmo de la acción. El adentro y el afuera lo marcan todo. Y hay, sobre todo para mí, que siempre lo quise, un tono felliniano que estalla en esquinas nocturnas, en fiestas que son también sacrificios humanos. Y la visión de una misoginia que lo campea todo, antes y ahora.

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