21 de febrero de 2017

Agrigento fue..., por un lado una maravilla y por otro una especie de tortura. La casa b and b que yo había elegido era hermosa, estaba en el campo, no en la ciudad (que según las guías no vale mucho), era enorme y cómoda y estaba muy, muy cerca del Valle de los Templos griegos que es lo que se va a ver ahí. Pero era... congelada. Me morí de frío ahí. Y la verdad, la idea de ducha que tienen algunos no tiene mucho sentido...: duchador que no se puede dejar colgado así que... imaginen, uno apunta para un lado y el resto del cuerpo se le c... de frío y hacen falta tres manos para sostener eso, el jabón y sostenerse de algún lado. Un espanto. La pasé mal en un paisaje hermoso. Nada de preparación para temperaturas abajo de los 10 grados..., nada. Pongo algunas fotos al principio para que se vea. Ah, sin auto nada: no había ni un almacén ni un restorán cerca. Comimos siempre en una playa cercana (obviamente toda cerrada por el invierno, una costanera linda que debe ser otra cosa en verano o primavera), San Leone, se llamaba. Y el autito negro era el de la "tra non molto". Se portó bien: para llegar ahí había que atravesar unas cuantas cuadras de una calle de tierra de una sola mano, si se cruzaba un auto, había que retroceder marcha atrás hasta donde hubiera espacio para dar la vuelta. Hubo quien, según comentarios, renunció al dinero y a quedarse por eso. A mí, si hubiera habido algo de calor, eso no me hubiera importado. La campiña era bella alrededor. La flor amarilla, una locura absoluta. En pleno invierno.
Ah, y cuando por fin fuimos al Valle, juro, no encontrábamos la entrada al paseo de los Templos. Era increíble lo mal señalado que estaba..., dimos vueltas como Alicia alrededor del jardín, hasta que yo, que me pongo muy nerviosa con ese tipo de cosa, me frustro, no sé, empecé a sentir que siempre los íbamos a ver de lejos, como si nos estuvieran esquivando. Llegamos claro. Pero eso en el próximo capítulo.









No hay comentarios: