22 de febrero de 2017

En Agrigento fuimos a dos lugares, este, la Escalera de los Turcos, y el parque de los templos griegos. La "tra non molto" no nos ayudó a encontrar la Escalera..., no la conocía. Tuvimos que usar el GPS del teléfono de Odi, lo cual hizo que yo, que pertenezco al grupo de personas para las cuales la tecnología se parece mucho a la magia, me preguntara para cuántas cosas más sirve ese aparatito irritante (para mí, porque justamente, no me es fácil comunicarme con él); yo lo uso  solamente para hablar, sacar alguna foto (pero prefiero la cámara), y mandar algún watsap o mensaje de texto... Llegamos, como fuera, y fuimos dos veces. Se dice que hay que ir a ver ponerse el sol. El día que llegamos fuimos y el mar estaba quieto y tranquilo, un espejo. Pero Tam se había olvidado la cámara así que volvimos el segundo atardecer. El mar estaba como es siempre, el símbolo del miedo para mí: furioso, agitado, gritándose en gris... Esa vez, Odi y no llegamos a las Escaleras, esa especie de intruso blanco de algo parecido al yeso (no sé lo que es) que algo derramó sobre el agua... Pero la primera sí. El lugar es magia pura, desde las huellas de una civilización perdida que bajan hacia el mar en una nave gigantesca hasta los dedos blancos en el agua. Nadar ahí debe ser hermoso (con el mar quieto)... y Tam, valiente como siempre, metió los pies en el Mediterráneo. Helado, dijo. Claro que sí, supuse. Yo miraba hacia el frente y pensaba en África, en este mar que es un cementerio gigante, en la forma en que Europa rechaza a los africanos que tratan de cruzarlo... No pude sacarme eso de la cabeza mientras el sol bajaba en el Oeste.









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