1 de julio de 2017

Ayer, después de casi dos meses, cine por primera vez con Odi..., para mí era casi una sensación de sindrome de abstinencia. Fuimos a ver Yo, Daniel Blake de Ken Loach. El cine, en Belgrano (el barrio intelectual, dicen, y debe ser aunque a mí no me caiga, porque "soy de un barrio del Sur"), la pasaba en una sala enorme y congelada (eso, yo lo lamenté bastante, no me saqué el saco en ningún momento, solamente el gorro). Estaba lleno de personas que al final hablaban de "capitalismo asesino", con toda razón. La película me pareció necesaria y me sentí tan cerca: los trámites son eso para mí, un lugar de maltrato absoluto en el que nadie quiere ayudar al que no entiende, al que mira las cosas con sentido común. "Trampa 22", que le dicen: para ir a esta guerra, hay que estar loco pero si uno está loco, tal vez se salve de la guerra. Algo por el estilo. De eso trata la historia. Como siempre en el director inglés, una historia chiquita, de hombres y mujeres comunes, muchas veces al borde de la miseria. Con hambre. La historia me gustó, las actuaciones también. Yo le hubiera sacado varias líneas de diálogo que repetían en palabras demasiado pensadas un mensaje que ya estaba claro pero me gustó y mucho. Y sí, duele. Otro final hubiera sido mejor políticamente pero bueno... Ah, una cosa muy hermosa: cada tanto en ese desierto de maldad donde todo se mide por dinero (pedirle los documentos a los viudos, es lo mismo en Argentina), aparece la bondad humana, la sensibilidad y está en todas partes: un dueño de supermercado, una empleada de la oficina horrenda donde se tramitan las pensiones del caso; un vecino; un compañero de trabajo; un desconocido que se involucra; un patrón de Pyme... Esos momentos, me conmovieron.

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