Esta
historia es muy pequeña, pero vale la pena contarla hoy. Porque los libros
tienen una magia extraña, que a algunos nos afecta de maneras medio
raras: Tenía 16 años y estaba determinadísima a leer más escritores
argentinos, porque notaba que a mi alrededor los libros que iban y venían eran
ingleses o yanquis. Era mi época de Cortázar, Sábato, Borges, Cambaceres, Bioy
Casares... como notarán, todos hombres y todos muertos. Leía por
recomendación, porque el nombre resonaba seguido o porque otro escritor lo había
leído. Y no me animaba a otros libros, porque... no. Porque generalmente hacemos
eso: leemos por recomendación, influencia o referencia. Un día de esos en los
que extrañamente tenía plata encima (venía ahorrando en la cantina de la
escuela), andaba por el centro de Santiago del Estero y mis pies se fueron
solitos a la librería más grande de la ciudad. Era un galpón horrible, mal
iluminado y gris, en plena avenida, con libros medio apilados, medio acomodados,
lleno de aromas de papel y tinta y de colores e imágenes de tapas. Entré y
supe: ahí estaban los libros que me iban a marcar de por vida. Caminé directo
hacia una mesa de rebajas, que estaba a mitad del galpón. No los veía, pero
sabía que estaban ahí. La sensación es medio rara. Va primero el alma, los
ojos andan medio ciegos, el cuerpo obedece a un instinto muy primitivo y la
cabeza pierde todo sentido de la lógica. Allá va todo el cuerpo, el brazo
levemente extendido, buscando, los dedos tanteando el aire pesado, como una
varilla de árbol que encuentra agua. Los pies torpes, uno delante del otro, sin
conciencia de su andar. En ese momento metí la mano entre los libros, saqué uno,
dos... y ahí estaban apiladitos, uno detrás de otro, los libros que me
llamaban. No me pasó una vez, sino ya 3 veces... y con autoras mujeres y sus
sagas. La segunda vez fue con Úrsula K. Le Guin, a los 17: nunca había oído de
ella, nadie a mi alrededor la leía, pero sus cuatro libros con historias de
Terramar me pedían que los llevara. Y después me pasó con Márgara,
a los 27: encontré tres de sus cuatro libros de Historias de los Cuatro Rumbos
que estaban ahí esperándome y, simplemente, lo supe. Esa primera vez, que fue
muy fuerte y muy extraña, encontré La Saga de los Confines de Bodoc. Era una
edición hermosa y simple, en naranja, rojo y violeta. A Bodoc ni la había
sentido nombrar, no sabía lo que hacía y ni siquiera podía leer de qué trataban
los libros, los ojos estaban medio idiotas y la cabeza sin sentido. Los abracé,
sentí el olor de los libros y me los llevé. Ese verano me metí en el mundo de
los Confines, Empecé a decirle a todo el mundo "le patea el culo a Tolkien, es
nuestro Señor de los Anillos" y lo recomendaba en cuanto me pedían algo para
leer. Con el tiempo, la escritura visceral de "La Bodoc" se me hizo propia,
me influyó mucho y hasta el día de hoy me sigue causando maravilla, amor, horror
y otras sensaciones que van más allá de la magia que tienen los libros. Las
palabras de Liliana, toda ella, es tan real, tan visceral, tan tierra, tan
nuestra, que es imposible que se haya muerto. Liliana está viva en esa poesía
que es prosa, que es denuncia, que es caricia y hierro, que es verdad, pero es
fantasía y belleza y horror, es mundo nuestro e imaginado. Y escucharte...
Bodoc, por favor... lo que fue escucharte... Se te va a extrañar, Tía
querida. No sabés la cantidad de "familiares" que tenés por estas tierras,
que nos hicimos parte tuya por tus palabras. Nos dejás tu recuerdo en las
entrañas, con tus palabras en la boca, con tus mundos en la mente. Gracias por
tanto. |
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